Foto: Archivo particular El relato clásico sobre los hechos ocurridos hoy, hace 200 años, y que aparecen en numerosas cartillas y libros de historia, ha olvidado algunos episodios.
No obstante, recordarlos sirve para entender mejor lo que sucedió y por qué sucedió.
El acta fue firmada el 21 de julio
El 20 de julio es la fecha de uso corriente para conmemorar el grito de Independencia; sin embargo, el acta que le dio piso jurídico a la revuelta de ese día se firmó el 21 de julio. Por eso algunos historiadores tienen la costumbre de decir que la Independencia de Colombia debería ser el 21 de julio y no el 20.
Falsificaron una firma
Ante la ausencia del canónigo Rosillo en la madrugada del 21 de julio, los criollos no tuvieron problema en falsificarle por unas horas la firma al religioso, quien llegó a las 8 de la mañana y estampó su firma. Por eso el Acta de Independencia tenía dos veces su nombre.
‘Libertad’ quemada
La única copia del Acta de la Independencia o de la Revolución fue litografiada en 1846 por Simón José Cárdenas, considerado en su tiempo un magnífico calígrafo y miniaturista. El acta original se quemó en 1900 durante el incendio de las llamadas Galerías Arrubla.
Cárdenas caligrafió el Acta de la Independencia y la adornó con los retratos en miniatura de algunos de los próceres firmantes y con los autógrafos de todos ellos, admirablemente copiados. En 1952 fue reproducida por el Banco de la República.
Un prócer olvidado
Aunque la figura de José María Carbonell está casi olvidada, a él se le debe el éxito del complot del 20 de julio de 1810. Al caer la tarde de ese día, los campesinos, indígenas y esclavos que iniciaron la revuelta hacia la una de la tarde, comenzaron a retornar a los pueblos vecinos y el virrey Amar y Borbón no se decidía a convocar el cabildo abierto.
Carbonell, entonces, subió a los barrios de Santa Bárbara y Egipto y arengó a sus habitantes para que bajaran a la plaza Mayor. Historiadores como Indalecio Liévano sostienen que Carbonell -quien era mestizo- fue víctima de una conjura de los criollos blancos, que lo apartaron del poder al considerarlo un potencial amigo de las clases «subordinadas».
Un territorio de regiones
Las proclamaciones de Independencia que se dieron en la Nueva Granada deben ser comprendidas en el contexto de un territorio fragmentado en regiones, en el que ciudades y villas evolucionaban entre la solidaridad y la competencia, destinadas a fortalecer su importancia colonial. Esa es una de las causas del tan criticado centralismo bogotano.
Santafé, dividida políticamente
La élite criolla que se hizo con el poder el 20 de julio era de un liberalismo muy moderado que oscilaba entre la monarquía y la república, según soplaran los vientos, y fue personificada por José Miguel Pey, Jorge Tadeo Lozano, Manuel de Pombo, Pedro Groot y Antonio Baraya, capitaneados por su mente más brillante: Camilo Torres.
Pero enfrente de este sector político, se organizó un partido más radical, popular, republicano y claramente independentista, dirigido por José María Carbonell, con base en el barrio popular de San Victorino, partido al que se sumaría posteriormente Antonio Nariño, para convertirse en su gran jefe. La ciudad quedó políticamente dividida en ‘carracas’ y ‘chisperos’.
Informe de la sublevación
El primer informe de los hechos ocurridos el 20 de julio, dirigido a las autoridades españolas en Madrid, fue hecho por Joaquín Carrión y Moreno. El original de este informe se encuentra en el Archivo General de Indias y fue publicado por José María Restrepo Sáenz, con el título de ‘Un español narrador de los sucesos del 20 de julio’.
Un español ‘buena gente’
El español José González Llorente, a quien la historia oficial pinta como una persona histérica, mal hablada y enemiga de los americanos, era -en realidad- un próspero comerciante peninsular que había llegado a Cartagena a la edad de 12 años. Y era, para 1810, el único ciudadano en Santafé de Bogotá que sabía hablar inglés, aprendido durante su permanencia en la costa Caribe colombiana.
Fuente: Periódico El Tiempo